Jokin Azpiazu analiza las contradicciones del popular
discurso de las nuevas masculinidades: el excesivo protagonismo, la escasa
vinculación a las teorías feministas, el heterocentrismo, el binarismo, o las
resistencias a renunciar a los privilegios
Jokin
Azpiazu Carballo, sociólogo y activista de los movimientos sociales
Durante los
últimos años, el estudio de la masculinidad (o las masculinidades) ha recibido
gran atención tanto en el ámbito de la investigación como en otros ámbitos
sociales, como por ejemplo el de los medios de comunicación. Al amparo de los
estudios de género, en varias universidades se están realizando estudios sobre
masculinidad, y las líneas de investigación sobre el tema se están
fortaleciendo y afianzando. Al mismo tiempo se están impulsando diferentes
iniciativas en el terreno de los movimientos sociales así como en el de la
intervención institucional, siendo probablemente las más conocidas los
denominados “grupos de hombres”.
La idea que
subyace en la atención que la masculinidad está recibiendo en el terreno
académico es la siguiente: el género es una construcción social (tal y como la
teoría feminista ha argumentado ampliamente) que también nos afecta a los
hombres. Por lo tanto, poner el “ser hombre” a debate e iniciar una tarea de
deconstrucción es posible. Así, los estudios sobre la masculinidad nos animan a
ampliar la mirada sobre el género, a mirar a los hombres. Esto tiene sus
efectos positivos, ya que los hombres no nos situaríamos ya en la base de “lo
universal” sino en el terreno de las normas de género y su contingencia
histórica y social.
Las
investigaciones tienden a centrarse en la identidad (qué significa ser hombre
para el propio hombre) y no tanto en las relaciones de poder. Son cada vez más
auto-referenciales, en vez de basarse en las aportaciones de las teorías
feministas
Sin embargo,
de este planteamiento pueden emerger un gran número de dudas y contradicciones.
El movimiento feminista ha conseguido en las últimas décadas redireccionar la
mirada (científica, medíatica, social) hacia las mujeres. Este fenómeno se da
además en un mar de contradicciones y contra-efectos al que los feminismos han
tenido que responder a través de la crítica, la implementación y, al fin y al
cabo, la transformación de esa misma “mirada”. Las ciencias sociales han
observado a menudo a las mujeres como meros objetos sin capacidad de agencia y
sin voz, y debido a ello ha sido necesario reivindicar que no sólo se trata de
“mirar a” sino de “cómo” mirar. De cualquier forma, lo que ahora nos atañe es
que en los últimos años esa mirada se dirige hacia los hombres. A menudo, sin
embargo, no se pone suficiente énfasis en explicar que todo el periodo
histórico anterior (y el actual en gran medida) se caracteriza precisamente por
la negación de la existencia social de las mujeres. Es decir, que la mirada
-social, académica, mediática- siempre ha estado dirigida a los hombres.
En el
terreno social y asociativo, los “grupos de hombres” son probablemente las
iniciativas más conocidas, pero no las únicas. Se han realizado en los últimos
años varias acciones más que nos han tenido a los hombres como protagonistas.
Muchas de ellas se han desarrollado en torno a la violencia machista: cadenas
humanas, manifiestos, campañana publicitarias y foto-denuncias… Los hombres
hemos anunciado en público nuestra intención de incidir en la lucha contra el
sexismo y el machismo, y a menudo hemos recibido por ello abundante atención
mediática, más que los grupos de mujeres que se dedican a lo mismo.
El punto de
partida de estas iniciativas es la necesidad de que los hombres nos impliquemos
contra el sexismo, lo que se ha enunciado de maneras bien diversas: se ha dicho
que nuestra implicación es indispensable, que es nuestra obligación, que supone
una ventaja para nosotros también, que sin nosotros el cambio es imposible…
Cada forma de plantear el asunto implica matices bien diferentes. En cualquier
caso, estaríamos hablando del uso y ocupación del espacio público (las calles,
los medios, los discursos) y en ese terreno se ha visualizado de manera
bastante clara que una palabra de hombre vale más que el enunciado completo de
las mujeres, aunque ambas hablen de sexismo.
Durante los
años 2011 y 2012, realicé una pequeña investigación respecto a estas cuestiones
en el marco del máster de ‘Estudios feministas y de género’ de la Universidad
del País Vasco. Mi objetivo era señalar algunas cuestiones que pueden resultar
problemáticas sobre el trabajo con “masculinidades” tanto desde el punto de
vista académico como movimentista. Traté de señalar algunos de los anclajes en
los que se está amarrando la construcción discursiva en torno a las
masculinidades hoy en día.
Al mismo tiempo
que se reivindican diferentes maneras de vivir la masculinidad, se identifica
con sujetos concretos: diagnosticados hombres al nacer, heterosexuales,
involucrados en relaciones de pareja. Quienes no encajábamos en la norma,
quedamos fuera
En el terreno
académico hubo especialmente dos cuestiones que llamaron mi atención. Por un
lado me parece que a la hora de investigar sobre masculinidad hay una tendencia
bastante general a centrarse en la identidad, en detrimento de los puntos de
vista que priorizan el enfoque sobre el poder o la hegemonía. Se estudia mucho
qué siginifica ser hombre para el propio hombre, y no tanto cómo incide en las
relaciones entre personas que hemos sido asignadas en diferentes sexos. Por
otro lado, tengo la impresión de que los estudios sobre esta cuestión se están
conviritiendo cada vez más en auto-referenciales. Los estudios sobre
masculinidades parten de presupuestos teóricos construidos en los propios
estudios sobre masculinidades, y cada vez se nutren menos de reflexiones feministas.
Esto tiene
consecuencias de impacto tanto en el enfoque (o mirada) que se utiliza para
abordar el tema, así como en el contexto del que se parte. Por ejemplo, una
cuestión difícil y problemática en la teoría y práctica feminista de las
últimas décadas ha sido la del sujeto, la pregunta clave que intensos debates
tratan de contestar: ¿quién es hoy en día el sujeto político del feminismo,
ahora que precisamente las diferentes expresiones feministas han cuestionado la
categoría mujer como única, partiendo de las diferentes experiencias y
posiciones de las mujeres en lo social? El intento de articular la capacidad
política y subjetiva de las mujeres en esta red o maraña de diferencias es una
cuestión de vital importancia, y por lo tanto, muy complicada. Sin embargo, las
implicaciones que la participación de los hombres en “el feminismo” podrían
suponer no son un tema de debate principal en las teorías sobre masculinidad.
Esto determina la dirección en la cual se desarrollan los debates, dejando de
lado temas que para los feminismos son de crucial importancia.
Saltando al
terreno de los movimientos sociales me dediqué al estudio de algunos escritos y
documentos publicados (en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca) por
grupos de hombres e iniciativas institucionales en torno a la masculinidad. En
ese trabajo, incompleto aún, pude empezar a dibujar algunas claves que en mi
opinión merece la pena poner sobre la mesa:
Para
empezar, hablamos de masculinidad y aún nos referimos a un modelo muy concreto.
Al mismo tiempo que se reivindica que existen diferentes maneras de vivir la
masculinidad, se identifica el ejercicio de la misma con sujetos concretos:
personas que han sido identificadas como hombres al nacer, heterosexuales, en
la mayoría de los casos involucrados en relaciones de pareja. El resto, quienes
hemos tenido algún problema que otro para encajar en el carril de la
masculinidad “hegemónica” (hombres trans, homosexuales, afeminados…) quedamos
fuera de esa categoría. Esto supone un doble riesgo: por un lado decir que no
somos hombres (por mí bien, ojalá) pero por otro, pensar que por ser
masculinidades “marginales” no ostentamos actitudes hegemónicas y poder.
En este
sentido, la mayoría de propuestas vienen a cuestionar y modificar las
relaciones que se dan entre hombres y mujeres, sobre todo en el terreno
familiar y doméstico, dejando de lado (o prestando mucha menos atención) a
otros espacios, sujetos y situaciones. Reivindicamos que los hombres nos
tenemos que poner el delantal, pero no tenemos demasiadas propuestas para cómo
(por ejemplo) rechazar los privilegios que ser hombres nos aporta en el mercado
laboral.
En cambio,
nos resulta más fácil denunciar las cargas y “daños colaterales” que el
patriarcado nos ha impuesto. Señalamos los espacios que nos han sido negados
por ser hombres y subrayamos la necesidad de conquistarlos, pero tenemos más
dificultades para enfatizar el otro lado de la moneda, los espacios que el
patriarcado nos ha dado, aquellos que tenemos que des-conquistar. No señalamos,
además, que esta moneda no es casi nunca simétrica, que estos privilegios nos
vienen muy bien para movernos en el mundo actual.
En este
sentido, me parece muy importante identificar las motivaciones que nos llevan a
implicarnos en las luchas por la igualdad. Estamos dispuestos a asumir algunos
de los trabajos que históricamente han realizado las mujeres (los trabajos de
cuidado son paradigmáticos en este caso). Decimos que el cuidado de nuestras
criaturas (de aquellos que las tengan, claro) es fundamental, y más aún,
señalamos las ventajas que esto nos traerá. Sin embargo, mencionar a las
personas enfermas, o con autonomía reducida por cualquier motivo, nos cuesta
bastante más. Decimos que con la igualdad ganaremos tod*s, pero si lo que el
patriarcado supone es precisamente una red de poder de distribución desigual,
no guste o no, alguien tendrá que perder con la igualdad. Y así deberá ser, si
algunos sujetos se empoderan, otros tendremos que des-empoderarnos (si es que
existe el concepto). Deberíamos dejar claro que esto no será una ventaja, no
será bueno para todos, no será un regalo del cielo. Pero eso no quita que haya
que hacerlo.
En las dos
últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del
sexo. Nosotros parece que sentimos más apego del que pensábamos hacia la noción
de masculinidad, seguramente porque sabemos que nos aporta privilegios
Asimismo,
identifiqué en al análisis de algunos textos ciertos discursos de presunción de
inocencia; la necesidad de reivindicar, ante un supuesto exceso de radicalidad
de los feminismos, que todos los hombres no somos iguales. Es evidente que
todos los hombres no somos iguales ni ejercemos de la misma manera la
masculinidad, pero sería interesante estudiar por qué nos sentimos culpables o
atacados y por qué nos enfadan según que críticas o discursos. De alguna
manera, se intuye la búsqueda de una nueva identidad personal y grupal, la de
los hombres “alternativos”.
Unido a todo
esto, el concepto “nuevas masculinidades” emerge con fuerza en los últimos
años, en algunos casos con vocación descriptiva (en el terreno académico) y en
otras como propuesta de modelo a construir (en los movimientos sociales). En
ambos casos me parece necesario y pertinente problematizar el concepto.
En el
primero de los casos, me parece excesivo afirmar la existencia de “nuevas
masculinidades” de manera acrítica. Claro que la masculinidad está cambiando,
pero ¿cuándo no? Y, ¿en qué sentido y en que contexto está cambiando? ¿No será
la masculinidad de cierta clase social en cierto contexto la que está cambiando
o al menos la que hace visible su cambio? ¿Son todos los cambios en la
masculinidad “positivos” y “voluntarios”? Estos cambios y novedades que nos son
visibles en lo identitario, ¿en qué medida y cómo afectan a las relaciones
entre hombres y mujeres en el terreno material (reparto de recursos y poderes
de todo tipo)? Diría que es posible trazar formas distintas en las que
hombres y mujeres han vivido la masculinidad a lo largo de la historia, pero
sólo en este momento preciso hablamos de “nuevas masculinidades”, precisamente
cuando es el grupo “hegemónico” el que está dando pasos hacia la transformación
consciente del modelo masculino (transformación, que dicho sea de paso, valoro
positivamente). No quisiera por tanto cuestionar la capacidad para vivir la
masculinidad de formas distintas señalada en el término “nuevas
masculinidades”. Es su inflación discursiva lo que me preocupa.
En el
terreno social, reivindicar la búsqueda de “nuevas masculinidades” (que, a
menudo, como he expuesto anteriormente, se limita de antemano a ciertos
sujetos) puede tener además de su lado positivo un lado problemático. En las
dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario
del sexo. A pesar de las diferentes opiniones en el seno de los movimentos,
diría que los debates han sido ricos y productivos. Sin embargo, nosotros
todavía ni nos hemos planteado en la mayoría de los casos qué hacer con la
masculinidad: ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla?
Parece que
sentimos más apego del que pensábamos hacia la masculinidad, seguramente porque
de manera consciente e inconsciente sabemos que los privilegios que nos aporta
no están nada mal. Pero aún cuando hacemos un intento de cuestionar los
privilegios no somos capaces de retratar nuestras vidas y utopías más allá de
la masculinidad (sea “nueva” o no). Sin obviar que la deconstrucción de la
feminidad y la masculinidad conlleva consecuencias diferentes a muchos niveles,
deberíamos intentar atender al debate sobre si queremos ser otros hombres,
hombres distintos o simplemente menos hombres.
Publicado originalmente en: http://www.pikaramagazine.com/2013/03/%C2%BFque-hacemos-con-la-masculinidad-reformarla-transformarla-o-abolirla/
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