miércoles, 5 de marzo de 2014

INCLUIR A LOS HOMBRES

Eduardo Liendro Zingoni, es antropólogo social, fundador de las organizaciones “Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias” y de “Diversidades y No Discriminación”.  Actualmente responsable de dirigir el Centro de Reeducación para hombres que ejercen violencia contra las mujeres, que no es poco… 

¿Incluir a los hombres? ¿Acaso no estamos? ¿dónde hemos estado? ¿dónde queremos estar?

¿Qué queremos decir cuando hablamos de incluir a los hombres? Hemos estado incluidos desde siempre: la historia se ha escrito en masculino y hemos formado parte de parejas, familias y hemos sido padres de hijos/as…hemos participado de la vida cotidiana de manera práctica y simbólica, para bien y para mal. También hemos controlado instituciones tan influyentes en la historia como el ejército, los gobiernos, las escuelas y las iglesias. Hablamos de “incluirnos” para referirnos a otra manera de vivir que tenga como principios rectores la equidad y la igualdad entre hombres y mujeres; y esto no solo significa resolver quién lava los platos o cambia los pañales (¡aunque por supuesto lo incluye!), ni de “ayudar” a las mujeres y “alivianar su carga”. Se trata de algo mucho más profundo y radical en la convivencia y en la manera que nos vemos, expresamos y valoramos como hombres.
Pero claro, hay muchas maneras de ser hombres y algunos con su forma de vivir han cuestionado y transgredido los modelos dominantes: con su origen étnico, su sexualidad, su paternidad, sus familias, sus oficios, su creatividad y reflexión de sí mismos. Sin embargo, no  podemos tapar el sol con un dedo y creer que la igualdad y la equidad entre mujeres y hombres ya se instaló aquí. El machismo está aún muy vivo y sigue prevaleciendo un modelo de relaciones de dominio y subordinación, de abuso y de control en casi todas las esferas de la vida pública y privada; modelo que sirve de medida y valoración para la mayoría de los hombres y que está íntimamente ligado a la distribución de los recursos, al consumo y a la toma de decisiones. Se habla que hombre y mujeres somos iguales ante las leyes, e incluso ante Dios, sin embargo la realidad es dramáticamente diferente y la desigualdad de derechos en la esfera pública y privada mantiene una brecha que nos aleja a unos y otras, a veces de manera dramática.
Aunque las expresiones públicas del machismo no están bien vistas y para muchos es políticamente incorrecto, en la vida privada se sigue reproduciendo con la carga del trabajo doméstico y la crianza de los hijos para ellas, con formas de control y sometimiento que van del chantaje emocional al paternalismo, hasta la violencia brutal que en muchas mujeres ha causado daños severos e incluso acabado con sus vidas.
Los hombres hemos realizado pocos cambios en los estereotipos tradicionales de lo que significa ser hombre y nos hemos mantenido distanciados de los esfuerzos por la equidad y la igualdad de género; aún nos falta mucho para sumarnos con decisión a lo que no es, ni más ni menos, que una cuestión de justicia social para más de la mitad de la población: las mujeres. Pero no es solo por ellas, tampoco hemos visto el potencial de sobrevivencia y bienestar que para nosotros mismos pueden tener nuevas formas de ser y estar.
Muchas mujeres (y algunos pocos hombres) lo han planteado desde hace ya siglos y el feminismo, en sus diversas expresiones, ha construido una corriente imparable para hacer visible esta injusticia y proponer leyes y acciones públicas que impulsen cambios, fortaleciendo a las mujeres y sacudiendo a los hombres para que despierten y se muevan de lugar. Apoyar esta corriente es tan imprescindible y vital como apoyar al movimiento ecológico o al movimiento por la paz y el desarme: nuestras vidas y convivencia está de por medio.
¿Por qué nos es tan difícil cambiar y ver los beneficios en ello? Los hombres nos parecemos mucho más a nuestros padres de lo que quisiéramos, a pesar de los pesares y de historias dolorosas a montón. Si nos atrevemos a movemos del guion dominante de “qué debe hacer” y “cómo debe comportarse un hombre”, estamos expuestos a recibir fuertes críticas de desvalorización y nos enfrentamos a nuestros propios temores al qué dirán; esto muchas veces puede más que nuestras ganas de innovar y explorar más allá del campo seguro de nuestra supuesta hombría.
También la dificultad de cambiar es una cuestión de privilegios, no podemos negarlo. Es cómodo no involucrarse en el trabajo doméstico y en la crianza de los hijos/as, pues al fin y al cabo es un trabajo que implica inversión de tiempo y energía, que cansa y que nunca acaba y que mejor que alguien lo haga por nosotros. Creer que esa dimensión de la vida no nos toca porque somos hombres y son tareas “naturales” de las mujeres, es aceptar creencias arraigadas basadas en la inequidad y la desigualdad; tener conciencia de ello y no hacer nada por transformarla, es caer en el cinismo de “así soy y que”. Alguna vez platicando de esto con un campesino en México, me dijo: “está canijo ser mujer” y luego guardó silencio; ese mismo silencio cómplice que la mayoría de los hombres guardamos ante este gran desequilibrio sin hacer mucho por cambiar.
La crisis que vivimos los hombres es más que obvia, pero parece que aún no es suficiente la capacidad destructiva para hacernos cambiar: las principales causas de muerte en hombres adultos son accidentes, alcoholismo, violencia y enfermedades por estrés. También somos los principales causantes de las guerras, delincuencia organizada, conflictos armados y también de la violencia en el hogar.
Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? ¿realmente podemos cambiar? ¿qué implica sumarse?¿qué ganamos con cambiar? Tres cosas son importantes de remarcar en la búsqueda de respuestas; una, es que el sistema de desigualdad entre hombres y mujeres, denominado machismo, patriarcado o como queramos llamarle, no es una condición natural y los hombres no somos machistas por naturaleza, por más que se empeñen algunos en buscar justificaciones biológicas e históricas, el machismo se produce y reproduce por una organización social y un contexto, es decir se aprende. Y si eso ocurre así, entonces podemos desaprenderlo y aprender otras formas de vivir y relacionarnos basadas en el respeto, la equidad de oportunidades y la igualdad de derechos.
Una segunda cuestión importante, es que como cualquier cambio de pautas profundas, no hay varita mágica o píldora que nos cambie, es un proceso que implica trabajo emocional, abrir y tocar heridas, sanarlas y cerrarlas. Cambiar formas de pensar, maneras de expresar las emociones y relación con nuestro cuerpo y nuestro entorno, incluyendo a los/as otros/as. Es un camino que hay que andar.
Y tercero, la buena noticia: todo este posible cambio en nuestra manera de ser y relacionarnos como hombres, puede traer importantes beneficios para nuestra salud física y mental, mejora nuestras relaciones y nuestra capacidad de encontrar placer y sentirnos felices, siendo un factor importante para el bienestar de los y las demás, contribuyendo a crear ambientes de seguridad y cuidado fundamentales para la convivencia fraterna, equitativa e igualitaria.
En: http://serfelizesposible.com/incluir-a-los-hombres/

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