Publicado
por Sociólogos Plebeyos
Intelectuales como Georges Vigarello,
Jean-Jacques Courtine y Alain Corbin aseguran que la virilidad es un “atributo”
en decadencia. La pregunta freudiana ¿qué quiere una mujer? parece haber
cambiado por ¿qué es un hombre? Algunas reflexiones de psicoanalistas y del
escritor francés Philippe Sollers al respecto.
En 1998, el sociólogo Pierre Bourdieu
escribió una frase lapidaria: “La virilidad, entendida como capacidad
reproductiva, sexual y social pero también como aptitud para el combate y el
ejercicio de la violencia es, ante todo, un peso”. Sin caer en una sociología
“feminista” que elogia la empatía, la capacidad de emprendimiento y la
autonomía económica y formación intelectual de las mujeres, es cierto que el
peso específico de los hombres en la dirección de la cultura contemporánea ya
no tambalea sino que cayó por su propio peso. Los efectos son múltiples (y
siempre singulares) aunque ciertas correlaciones destacan –entre los antiguos
amos– un aumento de las depresiones, poca resistencia para soportar la
equivalencia o la prescindencia, así como el disparatado protagonismo que
tienen en los episodios de violencia de género, cada vez más habituales, en los
países industrializados y en los otros.
La psicoanalista (y codirectora de la
revista Registros, cuyo último número está dedicado a los hombres), Gabriela
Grinbaum, es clara: “Lo vemos, es fenoménico. Los hombres hoy corren a las
mujeres del espejo para mirarse ellos. ¿Qué pasó? Cuando nos encontrábamos en
el régimen del Nombre del Padre, cuando el Otro contaba con una consistencia
tal que no requería de la multiplicidad de identificaciones para responder a la
pregunta ¿qué es un hombre?, la cosa era más clara. Hoy los medios dictaminan
líneas identificatorias. Estamos en la “hipermodernidad”, como dijo
Jacques-Alain Miller tomando a (Gilles) Lipovetsky. La igualdad laboral,
incluso el dominio de las mujeres en las empresas, en el mundo, las mujeres
presidentas, todo eso modificó el lazo entre unos y otras. Hay algo amenazador
para muchos hombres que se enfrentan con estas mujeres, “las nuevas patronas”,
como las bautizó Ernesto Sinatra. Estas mujeres que intimidan a los
hombres invitándolos a sus departamentos, a tener sexo… Es un rasgo de la
época. En ese sentido, existe una cierta inversión: el hombre es tomado como
objeto sexual. Y muchos no lo soportan”.
Carlos Gustavo Motta, psicoanalista y
docente arriesga que “la época cambia. Sabemos que el significante Nombre del
Padre se encuentra devaluado y eso, traducido a lo cotidiano, muestra la
dificultad del hombre por insertarse en la dimensión simbólica. Hasta el
superhéroe muestra sus estigmas cuando declara, como Linterna Verde, que es
gay. Y en el film de Steve McQueen, ‘Shame’, el protagonista sólo confiesa sus
debilidades y muestra su fuerza en la cama, hasta que se enamora y este afecto,
cual kriptonita para Superman, lo vuelve impotente”.
También psicoanalista, Adriana Rubistein
constata algunos “problemas” que obsesionan a los hombres contemporáneos: “Se
podría hablar de una virilidad en el plano identificatorio, en donde cada época
ofrece una combinación simbólico-imaginaria de los atributos masculinos. Pero
no puede confundirse la virilidad sólo con eso y mucho menos confundir la
virilidad con el machismo, que de hecho funciona como una impostura. Tener que
demostrar que se es muy macho hace sospechar una fragilidad de la virilidad. La
virilidad en un plano más real pone en juego el problema de cómo un hombre se
las arregla con el otro sexo partiendo del hecho de que ‘no hay nada escrito
sobre la relación sexual’, que hay un imposible, que es necesario inventar. La
relación del hombre con el falo, con el objeto y con el Otro sexo permite
entender las distintas soluciones que pueden encontrarse. Para acercarse a una
mujer es necesario que el hombre apueste, juegue su castración, y esta época se
caracteriza por un rechazo de la castración que afecta la posición viril (del
hombre) y su relación con las mujeres. Pero es una época en que también hay una
caída del Nombre del Padre, una pluralización y una pérdida de las referencias
que hacían que la virilidad pudiera sostenerse. La virilidad, en esta
perspectiva, está ligada al Nombre del Padre, y su crisis da lugar a una
feminización. ¿Qué vemos? Que los hombres parecen haber perdido los sostenes
imaginario-simbólicos que les aseguraban virilidad, que pierden la iniciativa
frente al encuentro sexual y esperan que las mujeres lo hagan por ellos”.
Y Motta insiste: “Presenciamos el auge de
lo que Lacan llamó ‘la ética del soltero’, de la que el propio Kant prescribió
la exclusión de la mujer, estrategia de erradicación de lo femenino y
acrecentamiento del concepto Uno (ese que atraviesa el Seminario ‘…o peor’):
una mujer es Otra para un hombre. Un hombre, en su encuentro con una mujer, la
pone a trabajar de lo Uno, sea por su propia soledad, ya que lo Uno no se anuda
con nada de lo que parezca el Otro sexual”. El ejemplo ayuda: “Una nota en
Clarín, del 24 de junio de 2012, responde en parte a este interrogante: la ola
del autismo (y no de aquel que los laboratorios medicinales recomiendan
medicalizar) se instala en las llamadas Silent Sounds, fiestas
silenciosas que son top en Nueva York y amenazan su aterrizaje por estas
tierras ajenas a su folklore, a su música popular, a su tango. Fiestas donde
cada uno tiene su auricular y baila con otro, quizás no sabiendo cuál es la
armonía de su compañero. En el ambiente no se escucha música. Y por otro lado,
aquello que era marginal y oprobioso ya no lo es. La homosexualidad se ha
puesto a la par que la heterosexualidad: la bisexualidad se enuncia para
aquellos que aún no han decidido mantener relaciones con su mismo sexo de
manera franca. Las prácticas SM tienen sus boliches particulares, así como los
swingers gozan de sus intercambios sin mencionar otras prácticas sexuales
privadas o públicas compartidas, sectorizadas, aprobadas sólo por algunos en
clubes de categoría, como muestra Kubrick enOjos bien cerrados, basada
en la novela de Arthur Schnitzler”.
Rubistein da otro paso: “En esta época,
efectivamente, todos parecen ‘más libres’, cada uno goza a su manera, pero es
tiempo de grandes soledades. El goce auto-erótico, el paso de un partenaire a
otro, supuestamente un triunfo de la libertad, es engañoso, deja expuestos a
hombres y mujeres a un goce peligroso. El matrimonio, con todos sus embrollos,
da un marco de estabilización y acotamiento del goce que cuando no funciona
produce angustia, propia de este momento, igual que las soledades del Uno a las
que estamos expuestos”.
¿El buey solo bien se lame? No está tan
claro. En Shame, Brandon, el protagonista, un puritano que no puede
evitar los imperativos que lo empujan por más sexo y nada de amor, es uno de
los ejemplos actuales de la “ética del soltero” que Lacan supo definir cuando
habló del escritor Henri de Montherlant en 1974.
Lo explica Grinbaum: “Lacan se refirió
en Televisión a la ética del soltero para referirse al goce
solitario, al goce idiota de la masturbación. Es cierto que hoy es más fácil
satisfacer la pulsión sin tener que pasar por el partenaire sexual. Hay una
oferta cibernética a ese nivel: la cosa marcha sin demasiado esfuerzo. Y es
bien cierto que el hombre se las arregla solo mucho mejor que la mujer. Se las
arregla con su órgano. En la actualidad vemos más hombres solos que conviven
con un zapping de relaciones esporádicas pero también están aquellos que buscan
el matrimonio. Es el hombre el que retrocede. Está turbado, se feminiza,
empujado por las mujeres. Pero eso no responde a la pregunta por la virilidad.
La virilidad, como dice Graciela Brodsky, no es la imaginaria de la barba o la
campera de cuero. La verdadera virilidad implica creer que una mujer puede
revelarle algo al hombre que le es absolutamente desconocido”.
Sobre la soledad, tiene sus dudas: “Yo no
estoy segura que la diversificación de la oferta sexual acentúe la soledad. La
soledad de la que en general hablan las mujeres, la sufren, se quejan, la
sufren en relación al amor. Esto –creo– no sólo tiene que ver con su actual
devaluación, aunque el amor contemporáneo consuena con la liquidez, como dice
Zygmunt Bauman. Y cuando finalmente se asoma, la rapidez con la que se va está
de la mano con la velocidad de la época”.
Rubistein es más clásica: “Lacan no habla
del soltero como una categoría clínica, habla de una ética del soltero
encarnada por Montherlant, uno de cuyos libros se titula, justamente,Los
solteros, y es de 1934. Pero él se caracterizaba por su rechazo de lo
femenino. Era homosexual y pedófilo. Su alegría era no haberse casado”.
Entonces, ¿cómo entender que Lacan hable
de ética?
“Bueno, frente al exilio de los sexos,
frente a la no inscripción de la relación sexual, cada uno encuentra o inventa
algún modo de relación o no con el Otro. El soltero decide no casarse, es una
ética. Pero más allá de su estado civil, la ética del soltero es el goce del
idiota, el goce masturbatorio, el predominio de un goce auto-erótico. En el
seminario 17 Lacan toma la frase de (Marcel) Duchamp, ‘el soltero se hace sólo
el chocolate’. Hay un rechazo de lo Otro”.
Y ¿qué diferencia puede encontrarse entre
el soltero de aquella época y el de ésta?
“Quizá no haya una respuesta única. Pero
es posible que entones el Nombre del Padre marcara de manera más clara ciertos
caminos. Ahora, con la caída del Nombre del Padre y el predominio del Uno, del
Uno solo, se alienta el autoerotismo. Y muchos hombres disfrutan del goce
fálico eludiendo la relación amorosa, que requiere un paso al cuerpo del Otro
que el goce auto-erótico rechaza. Las adicciones están en la misma dirección:
eludir el encuentro con el otro sexo. Pero el tema no es unívoco, las
posiciones entre los sexos presentan singularidades. No conviene generalizar
sino localizar la singularidad, la modalidad de goce”.
“Es cierto”, dice Motta, “el psicoanálisis
tiene una respuesta singular, y la época actual la escabulle por falta de
tiempo, de dinero, excusas que como señala Freud son mojigaterías que implican
alejarse del compromiso con la palabra y que pueden neutralizar la percepción
de la manera que cada uno es afectado por la soledad. En el horizonte se
encuentra el interrogante: algo que es un embrollo pero que encierra la
angustia de no saber hacer”.
Debora Rabinovich, codirectora, con
Grinbaum, de Registros, dice no saber si la virilidad, pero “sí que los hombres
han entrado en una época en la que parecen tomados por los semblantes
femeninos”; y también que “el matrimonio fundado en el amor es un derecho que
la época ha otorgado, y esto se extiende a la diversificación de parejas
posibles, tanto hetero como homosexuales”. Pero siempre hay un pero: “Ni esta
posibilidad, ni las múltiples ofertas sexuales, pueden suplir el agujero que
existe por estructura, aquello que Lacan nombró diciendo ‘no hay relación
sexual’”.
Philippe Sollers es ese escritor que
parece saberlo casi todo de las mujeres. Así se llama uno de sus libros, Mujeres.
Y desde hace años sostiene que el mundo está en manos femeninas. “Yo escribo
Les zóms… no quiere decir nada, porque hay de todos los tipos, en cada
continente. Es una abstracción, no podemos hablar de los hombres en general.
Hay que hablar de tal o cual hombre en particular. Y no es necesario abundar.
Para ser preciso, el tema de la sexualidad masculina no anda bien. Esto es
porque ha sido despojada de su función reproductora, al menos en los países
occidentales desarrollados. Despojada por la técnica. En ese sentido, las
mujeres fueron despojadas de otra forma, pero todavía conservan el privilegio
del embarazo. Nos estamos acercando al útero artificial. Si se está en el mundo
occidental, el privilegio de ser el agente de la reproducción ya no es el
mismo. ¿Qué es un hombre? Es un portador de reserva espermática. Es una reserva
de esperma”, dice sin dudar quien fuera íntimo amigo de Jaques Lacan y hoy lo
es de su yerno, Miller.
Sólo eso, y con suerte. Lo que resta es un
personaje un tanto patético, atado a sus componentes de tribu, identitarios,
básicos, sin funciones económicas, políticas o sexuales clave (todo eso puede
reemplazarse); con la excepción, quizá, de cierto dandismo un tanto anacrónico,
como el héroe de los récords, la inteligencia anormal, cierto estilo de
femineidad animal o el monje que de vuelta al tabernáculo prescinde de otra
compañía que no sea la del tiempo, el espacio y los animales, tal cual sucede
en el último Don DeLillo.
Fuente: revistaeni.clarin.com
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