José Ángel Lozoya Gómez
Miembro del Foro y de la Red de hombres por la Igualdad
Incorporarnos activa y conscientemente a la lucha por la igualdad implica ser consecuentes en nuestro entorno personal y social, ceder privilegios y dejarnos de excusas para evitar corresponsabilizarnos en lo doméstico; ponernos el delantal, asumir los cuidados de menores y dependientes y hacer el esfuerzo de dedicar el tiempo y el talento necesario para poner palabras a nuestras resistencias, dificultades, expectativas y propuestas.
No basta con solidarizarnos con el movimiento de mujeres y sus reivindicaciones, ni con apoyarlas en las instituciones o difundir con voz de hombre sus análisis; es cierto que al hacerlo contribuimos a la igualdad y logramos que muchos hombres se muestren más receptivos, pero no basta. No basta con ser críticos con el patriarcado reconociendo nuestras responsabilidades en el mantenimiento y reproducción del sexismo, además de ceder privilegios y poder en lo público y lo privado. Los hombres por la igualdad tenemos que asumir el riesgo a equivocarnos, explicar nuestra experiencia de género y hacer propuestas que contribuyan
a la deconstrucción de la condición masculina.
Bastante tienen las mujeres con exigir y exigirnos cambios frente a las desigualdades y violencias que padecen, de las que podemos ser –consciente o inconscientemente– responsables, para tener que andarse también con paños calientes para no herir nuestra susceptibilidad, adecuar el ritmo de sus reivindicaciones al que nosotros consideremos razonable, o hacernos ver pedagógicamente que los cambios que proponen nos pueden abrir un mundo insospechado de posibilidades.
No acabaremos con el patriarcado, ni pasaremos de la igualdad legal a la real sin la implicación de la mayoría de los varones en el diseño y construcción del futuro compartido que propone el feminismo. Igual que asumimos el riego a equivocarnos al empezar a desempeñar cualquier tarea profesional o doméstica, hemos de asumir, respetuosamente, el riesgo a decir lo que pensamos, aunque nos equivoquemos o seamos ocasionalmente malinterpretados. Quizás sea oportuno recordar que el silencio es poco productivo y además es, con frecuencia, una estrategia del poder para evitar comprometerse.
Es preferible tener que disculparnos y rectificar que dejar todo el peso de la lucha por la igualdad a las mujeres y al movimiento de liberación sexual y de género. Es preferible asumir el riesgo a equivocarse que limitarse a cambiar solo aquello a lo que nos obliga la presión del entorno, apoyando lo que llama nuestra atención o exige nuestro posicionamiento. Es necesario que un número creciente de varones demostremos que no todos los hombres somos iguales, que somos cada vez más los que coincidimos con el feminismo, los que tratamos de compartir el cambio aportando nuestro ejemplo y nuestra perspectiva ante un sexismo cada vez más intolerable.
No se trata de decirle a las mujeres cómo han de sentirse ni lo que deben o pueden hacer para liberarse, ni de poner el precio que pagamos por nuestros privilegios en el mismo plano que el dolor que ellas padecen por las desigualdades, ni mucho menos de cuestionar su liderazgo en la lucha por la igualdad. Se trata de que hagamos pública nuestra defensa de la igualdad, de que evidenciemos la división del colectivo masculino y la crisis del modelo tradicional, de que demostremos que hay otras formas de ser hombres, de que seamos una alternativa teórico-práctica a las nuevas formas de machismo, de que hagamos nuestras aportaciones asumiendo el riesgo a equivocarnos, sin dejar de escuchar las críticas que nos hace el movimiento feminista para aprender y corregir el rumbo si lo vemos necesario, aunque a veces atribuyamos sus críticas a su sensibilidad o desconfianza.
A veces nos sorprende lo bien que nos conocen, en especial aquellas con las que compartimos la vida íntima, pero ni ellas tienen nuestra experiencia de género, ni nuestra perspectiva, ni la responsabilidad de hablar de nuestras resistencias y dificultades o de decirnos cómo superarlas. Es en este terreno donde nuestra contribución resulta vital para incorporar a los hombres activa y conscientemente al cambio.
Siempre ha habido hombres apoyando la lucha de las mujeres. Aunque con una conciencia de la igualdad muy fragmentada, cientos de ellos se autoinculparon de prácticas abortivas para luchar por la legalización del aborto en los 80, las leyes y programas institucionales igualitarios han necesitado los votos de muchos diputados para salir adelante y la presencia de los hombres se ha ido incrementando en las manifestaciones contra la violencia machista.
Algunos han hecho aportaciones significativas en el análisis de la construcción de la masculinidad, la sexualidad y la resistencia masculina a la anticoncepción, las violencias machistas, los micromachismos, el post-machismo, la masculinidad como factor de riesgo, el impacto de la masculinidad en el fracaso escolar, las ventajas de la paternidad igualitaria, lo que ganamos los hombres con el cambio, las necesidad de que las políticas de igualdad promuevan el cambio de los hombres...
Es cierto que somos un movimiento poco importante numéricamente, pero aspiramos a ser capaces de lograr que nuestra voz sea un referente que anime a otros hombres al cambio y al conjunto de la sociedad a considerar algunas de nuestras propuestas. Si de muestra vale un botón, hablemos de incorporar la homofobia, la socialización de los niños –a quienes se educa en el machismo– y las demostraciones de virilidad –a las que la mayoría de los hombres se sienten permanentemente obligados– como parte de las violencias machistas que buscamos erradicar.
Sevilla. Noviembre 2015